Tribunas

En la Fiesta de la Inmaculada

 

 

Ernesto Juliá


Inmaculada Concepción.

 

 

 

 

 

Ahora que quieren arrancar de cuajo las multitudes de Cruces que han orientado a navegantes y peregrinos en todos los caminos de Europa; y después de que en este país se haya prohibido rezar en la calle el Santo Rosario, parece que no pocos políticos quieren prohibir que aparezcan públicamente símbolos religiosos: imágenes, cuadros, etc.

¿Tienen miedo que la Belleza –y la escribo con mayúscula-    que tantos artistas cristianos creyentes han plasmado en sus obras vuelvan a elevar al Cielo los ojos que las contemplan?

Nunca he leído, ni siquiera he visto anunciado, un estudio, un análisis semejante sobre la influencia de los cuadros de la Inmaculada, de la Virgen Inmaculada, en esos acontecimientos del entramado de la vida personal y social de los humanos.

¿Es absurdo plantearse una cuestión semejante? Con la conciencia clara de que no la voy a resolver, oso al menos plantearla.

Murillo, Velázquez, Zurbarán, Valdés Leal, Martínez Montañés, y tantos otros pintores y escultores que han osado plasmar en tela, en madera el rostro, el gesto, la emoción de la Inmaculada, nunca llegarán a conocer la influencia de sus obras en el corazón y en la mente de las personas que los han contemplado.

En estos momentos culturales -aunque también podríamos calificarlos de “a-culturales”- y de abandono de la Fe y de la Moral que se viven en Europa, quizá nadie ose ni siquiera intentar un análisis semejante. Y, sin embargo, en mi opinión, esa plasmación de la Belleza de María, de la Belleza de la obra de Dios en Ella, esa Belleza de la Redención operada en Ella desde el momento de su Concepción, es como una corriente de agua subterránea que alimenta y da de beber a raíces muy hondas de las ilusiones y esperanzas de los hombres.

Benedicto XVI, hablando de la verdad y caridad a artistas, señaló: “de la perfecta armonía de verdad y caridad, emana la auténtica belleza, capaz de suscitar admiración, maravilla y alegría verdadera en el corazón de los hombres. El mundo en que vivimos necesita que la verdad resplandezca y no sea ofuscada por la mentira o la banalidad; necesita que la caridad inflame y no sea superada por el orgullo y el egoísmo. Necesitamos que la belleza de la verdad y de la caridad alcance lo íntimo de nuestro corazón y lo haga más humano”.

La belleza de cuadros y esculturas de la Inmaculada tiene sus raíces en la plenitud de Gracia con la que Dios adornó a María desde el primer instante de su existencia. Estaba llamada a ser la Madre del Hijos de Dios, y Ella aceptó libre y humildemente esa llamada: “Hágase en mis según tu palabra”.

“A este motivo hay que añadir también el de la cooperación activa de la madre de Jesús en la derrota del pecado y del mal en el mundo: la que había sido llamada a prestar su cooperación generosa y singular en la obra redentora del Hijo, tanto en la realización del acontecimiento redentor como en su «asimilación» provechosa por parte de los hombres en el curso de los siglos («maternidad espiritual»), fue hecha por Dios radicalmente inmune, ya desde el principio, de las mordeduras del mal/serpiente”.(G. Iammarone).

Ni siquiera entre intelectuales de arraigada fe católica, entre muchos hombres de fe que se esfuerzan verdaderamente en transmitir la Verdad, se le da el relieve necesario a la fuerza evangelizadora -o mejor, transformadora- de la sociedad, de esa Belleza que surge como un manantial inagotable, de la “verdad y la caridad”.

Conocemos, y analizamos, el influjo de una medida de gobierno sobre la educación o la deseducación de los estudiantes; de la repercusión de una subida o bajada de impuestos sobre el comportamiento del consumo de los ciudadanos. Llegamos incluso a seguir el rastro que pueden dejar, a veces hondo, a veces muy superficial, las ideas de un pensador, de un predicador, de un estudioso; y hasta de una película, de una obra de teatro.

¿Quién osaría desentrañar la influencia cultural, espiritual en su más amplio sentido, de unas obras de arte que tratan de reflejar, en la medida que sea humanamente posible, el misterio de la Inmaculada Concepción de María?

Dante se extasía al contemplar la belleza de María en el Canto 33 del Paraíso.

 

“Virgen madre, hija de tu Hijo,
La más humilde y alta de las criaturas
Término fijo de la eterna Voluntad,
Tú eres quien la humana naturaleza
ennobleciste de modo que Su hacedor
no desdeñó hacerse criatura.

En Ti la misericordia, en Ti la piedad
en Ti la magnificencia, se reúnen
con toda la bondad que se pueda encontrar en criatura.ˮ

 

Yo tengo en mis ojos, y en mi espíritu, la Inmaculada de Murillo que corona la cúpula de la sacristía de la Catedral de Sevilla.

Benedicto XVI es bien consciente de que la Belleza aúna la Verdad y la Caridad que vivifican la cultura, pone en manos de la Virgen Inmaculada, los trabajos de los teólogos, hombres y mujeres, ¿por qué? “porque en su custodia de la Palabra en su corazón, es paradigma de la recta teología, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Sea Ella, la Estrella de la esperanza, la que guíe y proteja el precioso trabajo que desarrolláis para la Iglesia y por y en nombre de la Iglesia”.

La influencia de los cuadros, de las esculturas, de la Inmaculada no puede reflejarse en ninguna estadística, en ningún análisis; pero me atrevo a considerar que sin esa influencia cualquier cultura en Europa sería estéril.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com