Colaboraciones

 

Marx y la religión (I)

 

 

 

13 octubre, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

En coherencia con los postulados rigurosamente materialistas de Karl Marx, su sistema ideológico rechaza necesariamente cualquier valor que trascienda la dimensión espacio temporal en que ha de situarse el ser humano. Pero —más allá de Feuerbach— Marx no considera la religión como un mero «error teórico», sino como tremenda «enajenación» del hombre, consecuencia de la situación de miseria en que se encuentra y que le hace buscar en un «más allá fantástico la esperanza del remedio de sus males» (por supuesto, no serían otros que los de orden material y, en el fondo, económicos).

«La religión —dice Marx en su Filosofía del Derecho— es el suspiro de la criatura oprimida, la conciencia de un mundo sin corazón, así como ella misma es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo»; es decir, algo así como una droga, una evasión de la realidad, un refugio del sentimiento que, por otra parte, según Marx, impide al hombre lanzarse a la conquista del bien temporal de la sociedad, mediante la lucha con las fuerzas opresoras que no serían otras que las del capitalismo. La lucha a muerte con el capitalismo para instaurar la soñada sociedad comunista («último fin» marxista) es el motor de la praxis marxista, su fuerza de arrastre, su mensaje mesiánico.

Si Marx es comunista y su enemigo el capitalismo, la religión habrá de ser por fuerza capitalista; si él se considera progresista, la religión será reaccionaria. Sus críticas a la religión proceden de simplificaciones casi inauditas. Ya en su tesis de doctorado sobre la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, presenta la religión como alienación del hombre y una filosofía —la suya— que no se esconde para decirlo: asume la profesión de Prometeo; «en una palabra, ¡tengo odio a todos los dioses!». Y Marx, en su filosofía, será fiel a este principio tan poco filosófico que es la visceralidad, el sentimiento; la voluntad, en definitiva, pasará por encima de la razón y le impondrá a esta postulados que no resisten ni la crítica del sentido común ni la de una filosofía rigurosamente fundada en la realidad de las cosas y de la historia.