Tribunas
17/09/2024
¿Por qué esta fijación política en la escuela?
Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.
Jacques Louis David: The Death of Socrates.
El ruido provocado estos días por una supuesta trama en los colegios diocesanos de Valencia puede ser una ocasión para pararse a pensar sobre el interés político en la educación. El motivo para proponer la reflexión es que dicho episodio pasará, pero lo segundo es improbable.
De hecho, se ha dado a lo largo de la historia. Un caso significativo fue el que protagonizó Sócrates, a quienes se quitaron de en medio los tribunales del gobierno democrático de Atenas. Los dos cargos que se le imputaron fueron el ateísmo (se le echó en cara que no era respetuoso con las divinidades de la polis) y corromper a la juventud.
La primera acusación no estaba clara, pues era un hombre de profundas convicciones religiosas; lo que ocurre es que hablaba de una divinidad interior superior -la voz de la conciencia- y parece ser que los atenienses no lo entendieron.
El otro cargo se puede decir que fue de naturaleza pedagógica, porque los poderosos contemporáneos no querían que el filósofo enseñara a los jóvenes lo que les enseñaba. ¿Y qué era? Principios morales. Que hay que ser honesto. Que vale más padecer una injusticia que cometerla, por ejemplo. Ahora bien, como su instrucción, que era veraz, molestaba a quienes mandaban, se las arreglaron para eliminarlo.
¿Y a qué responde este interés, o sospecha, o fijación política en la educación, especialmente en las etapas iniciales? Una razón fundamental es que en la escuela se colabora con la construcción de la persona, que se procura sobre todo, y, en primer lugar, en la familia. En la formación del hombre y de la mujer son cruciales los primeros años de vida, que se comparten entre el hogar y el colegio. La escuela, como la casa, es también un ámbito para entrenar la conciencia, lo cual es un asunto tan delicado como verdadero. Eso lo saben los políticos.
Por otro lado, y precisamente por ello, puede hacerse de ésta un territorio estratégico, un bastión. Es muy fácil manipular y adoctrinar a los alumnos, de ahí la inclinación de dirigentes de un color y de otro, en tantos lugares y momentos, a meter la mano en el aula con tal de procurarse semilleros para causas particulares.
Hannah Arendt advirtió de que lo que más puede temer un dictador es el nacimiento de un nuevo ser humano, porque quizás el recién nacido llegue a ser el revolucionario que derroque el orden que quiere implantar. Pues bien, no es preciso acudir al ejemplo explícito de los regímenes totalitarios: si en una sociedad el poder quiere dirigirlo todo, desde luego querrá controlar el proceso educativo, sobre todo hasta y durante la adolescencia (pues son los años más importantes), así como en lo que atañe a los contenidos que tocan el centro de la persona (como es, por ejemplo, la educación afectiva y sexual).
Si se aterriza en nuestro contexto, el problema va más allá de la capacidad de intromisión de los dirigentes vía leyes educativas de turno. De una parte, las ideologías trascienden las siglas de los partidos (aunque se hayan colado en ellos) y encadenan mentiras antropológicas, históricas, científicas… tan extendidas como aceptadas socialmente, lo cual resulta letal. Si la verdad concibe hombres y mujeres libres, la mentira genera esclavos, de modo que el educador hoy debe ayudar al alumno a romper sus cadenas para que ambos puedan trabajar.
Por otro lado, se ha llenado el sistema educativo de categorías de corrección política tremendamente intransigentes y muy reduccionistas. Estamos en un momento en el que el pensamiento uniforme constituye una gran tentación porque resulta el recorrido más fácil. En este sentido, un profesor formado intelectual y moralmente requiere ser intrépido, contar con una rebeldía y valentía quijotescas.
A lo mejor esa audacia se está dando (aunque no exclusivamente, es obvio) entre algunos maestros diocesanos, de ahí los sarpullidos que despiertan. Puede ser también, en tanto que de la escuela católica salen ciudadanos católicos (lo que enseñan los padres, se secunda en los colegios; bueno, en principio debería ser así…), se quiere evitar esa continuidad. Ahora bien, esta postura sería incongruente en un Estado de derecho abierto y pluralista. Quizás se considere retrógrada o trasnochada la cosmovisión cristiana, pero es una propuesta, como otros ofrecen las suyas. Las reglas del juego son las mismas para todos.
Hay muchos ramales por donde coger el tema. Y estaría bien abrir las preguntas, compartirlas y discutirlas para recorrerlo… Eso sí, asumiendo que es peligroso, pues la mayéutica socrática quizás tampoco sea inteligible ni aceptada en estas horas.