Tribunas
16/01/2025
El cura Lezama, en el recuerdo
José Francisco Serrano Oceja
Luis de Lezama en el colegio Santa María la Blanca de Madrid
en una entrevista concedida a Religión Confidencial.
Hasta el mes de enero del año pasado, el día 24 por cierto, no tuve la oportunidad de saber quién era don Luis Lezama.
Fue su hombre de confianza, mi querido alumno de antaño, Juan Carlos Antón, quien organizó una comida que siempre recordaré. Más ahora que don Luis ya no está entre nosotros.
No era la primera vez que me había topado, incluso en la mesa, con Luis Lezama. Traigo a la memoria una anterior, en mi casa de la ACdP, en la que nos explicó, para perplejidad de no pocos de los presentes, su trayectoria en el ámbito educativo, con sus proyectos presentes y futuros.
También una celebración con la gente de aquel bendito Alfa y Omega, en torno a las navidades, en una de sus casas gastronómicas.
Aquellas no pocas horas del enero pasado, en torno a una mesa, en un apartado, fueron las que me permitieron dar un paso más en la biografía, en las ideas, incluso en los sentimientos, del cura Lezama.
Y digo lo del cura porque, en ese encuentro, cuando ya había atravesado varios baches importantes de salud, afloró una dimensión que, al menos para mí, había estado oculta, la de su alma sacerdotal.
Por aquellas fechas andaba yo en el “sprint” del libro sobre Iglesia y poder. Poder conversar con Lezama de no pocos de los protagonistas de esa historia, y de otras historias, fue un descubrimiento. Una vez derrumbadas las capas que se generan en la personalidad al compás de los escenarios que conforman la vida, llega la pregunta por el sentido.
La clave, y esto me parece importante, estuvo en la oportunidad misma del encuentro, del diálogo, del cruce de miradas.
Cuántas incomprensiones sobre personas, cuántos desconocimientos mutuos, estereotipos, se generan por ausencia de encuentros reales.
En no pocas ocasiones he percibido, en el mundo eclesial, que la negativa a que se produzcan estos encuentros es un nefasto mecanismo de autoprotección.
Luis Lezama, con sus aciertos y sus equivocaciones, con sus épocas de afloración y de inmersión, con sus amigos y también con los que no se consideraban sus amigos, siempre fue sacerdote. Un sacerdocio que se intensificó en su etapa de síntesis vital.
¿Qué significa ser sacerdote? Configurar la existencia con Cristo a través de la celebración de los sacramentos, in persona Christi, y anclar las razones de la existencia en la entrega a los otros a modo de cómo hizo y dijo Jesús.
¿Por qué Luis Lezama fue capaz de construir su grupo, hacer lo que hizo, llegar a dónde llegó, también desde el punto de empresario y social? ¿Sólo por sus relaciones, por su inteligencia práctica, que la tenía, por la comunidad de intereses de quienes a él se acercaron, también desde el punto de vista eclesial, por su olfato, por las tendencias sociales que supo escrutar…?
No. Tuvo que haber algo más. Algo que le permitiera, en la soledad de las noches, recordar la razón de su ser y actuar, el servicio a los demás, el bien de los demás antes que el propio, en la dinámica de las víctimas de la historia. Sacerdocio.
Ya sé que algunos me dirán que soy selectivo en mi recuerdo. Por imperativo no del guión, sino por pretensión comprensiva.
Todo esto lo pensé entonces y lo he recordado ahora, desde que recibí la noticia de su fallecimiento.
Descanse en la paz del Dios que le dio sentido, el Dios de Jesucristo.
José Francisco Serrano Oceja