Tribunas

Lo que dijo el cardenal Tolentino en San Sebastián

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Cardenal José Tolentino de Mendoça.

 

 

 

 

 

 

Como en esto del periodismo manda la actualidad, hasta hoy no he podido escribir sobre la conferencia que el cardenal José Tolentino de Mendoça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, pronunció en la San Sebastián, en su reciente visita, en la que también estuvo por el Chidilla Leku, el Santuario de Aránzazu y tuvo un acto en el Aquarium de San Sebastián.

La conferencia en la sede de la Universidad de Deusto tuvo como título “Fe, educación y cultura en la era de la inteligencia artificial”.  Como recordó el cardenal portugués, Montaigne definía la conversación como “una charla franca que abre el camino a otra charla”.

Lo más fácil sería convertir este texto en una tabla laudatoria de lo que dijo el cardenal. Pero no sería creíble. Tampoco se trata, no tendría sentido, de hacer una crítica a su pensamiento en la medida en que se ha hecho público y ya es objeto de reflexión racional.

Sería este texto, por tanto, más bien una forma de conversación, en la que ante algunas afirmaciones hechas por el cardenal las tomo como parte de un diálogo.

Es prioritaria, como señaló, la preocupación por “una antropología integral que sitúe a la persona humana en el centro de los principales procesos civilizatorios. La mayor inversión no puede dejar de ser humana, es decir, la inversión en la potenciación de cada persona para que pueda desarrollar sus capacidades cognitivas, creativas, espirituales y éticas y contribuir así cualificadamente al bien común”.

Este es sin duda un marco compartido ante fenómenos como la disolución antropológica, que implica un disgregación de la unidad que opera en lo humano como condición común, y con proyectos no tan lejanos en su efectividad como el del Transhumanismo. Por cierto que no debemos desligar el Transhumanismo de la Inteligencia Artificial.

En varios momentos el cardenal Tolentino de Mendoça se refirió a que “el futuro exige una visión interactiva, una maduración poliédrica de la realidad y la audacia de arriesgar” y que “las universidades católicas deben, de hecho, dialogar con lo nuevo, trabajar sin descanso en las preguntas y en las problemáticas actuales, y constituirse ellas mismas como grandes laboratorios del futuro”.

Si hay una institución anclada en el pasado, en la tradición, es la Universidad, en la medida en que sigue siendo una especie de gremio con sus culturas propias, por mucho que se experimenten modelos disruptivos de Universidad.

Entre otras razones porque la propuesta universitaria está destinada a la formación integral de la persona y no sólo al conocimiento útil para el ejercicio profesional en un sistema capitalista y de mercado.

Una propuesta que se hace desde la experiencia de siglos, desde la tradición cultural, desde lo que ha existido como condición de lo que existe y de lo que va a existir.

Este proceso permite avanzar hacia adelante y afrontar los retos en el desarrollo de las ciencias y en la técnica. Entre otras razones, porque la perspectiva de la educación, al ser no reductiva, no sólo especializada, permite una visión de conjunto tanto de lo presente como de lo que vendrá en el futuro.

El problema es que la libertad de la Universidad está anclada en el conocimiento que tiene como referencia a la verdad. La clave no son las políticas universitarias, sino la vocación de servicio en la transmisión del saber. Es ese horizonte de verdad en el que se asienta la propuesta de una antropología integral. Abandonar esa pretensión del conocimiento de la verdad reduce la efectividad de la reflexión sobre la esperanza.

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja