Tribunas

“Dios no existe, Marx ha muerto y yo últimamente no estoy nada bien”

 

 

Antonio-Carlos Pereira Menaut


Pintadas en la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid.

 

 

 

 

 

En los 80, cuando aún había universitarios, había una pintada en Santiago que decía eso.

La postcristianización de España da para mucho (retomamos “España, ¿postcristiana?”, ReL, 22-I-2025). Indicios de cambio, no faltan, pero por ahora, ahí está. Pero, a fin de cuentas, ¿cómo nos ha ido? Porque al final, la fiesta del postcristianismo la ha pagado el hombre corriente. Sólo que más que fiesta parece tragedia, la tragedia de De Lubac (1944). La muerte de Dios no ha liberado superhombres sino individuos aislados, controlados, pequeñitos, que no creen en su propio juicio.

Lo que vino no fue una explosión de racionalidad, libertad y felicidad. La razón quedó bajo mínimos. Imagine, de John Lennon, como música es excelente; como programa, un fracaso nada inocente y con víctimas en las cunetas del viaje a un paraíso sin Dios nunca más lejano. No Heaven, only sky, dice Lennon, pero, realísticamente, ¿qué ganaría el hombre con suprimir el Cielo? ¿Le subirían el sueldo?

El español postcristiano ha mejorado respecto a 1970 o 1980: más serio y puntual, mejor trabajador, amable con los animales (hasta personificarlos) y el medio ambiente; más solidario con causas diversas, sobre todo si son grandes y lejanas. Y habría aún más aspectos positivos, generalmente no de fondo. Por otro lado, la sumisión, la tristeza, la soledad y la pobreza humana están a la vista. Sentido común e independencia de criterio, por los suelos. El gobierno, los expertos, la UE y los mainstream media nos convencen hoy más fácilmente que bajo la dictadura. ¿Ya nadie recuerda que la rebeldía universitaria era lo habitual —parte del paisaje— desde el siglo XIX hasta que el viento de Bolonia terminó de llevársela?

Dostoievski, de tan pesimista, ya no era realista. Si Dios no existe todo está permitido, dice Mitia Karamazov, pero ¿a quién? ¿A los débiles? ¿O al poderoso, libre ahora de desatar su poder sin freno moral alguno? Puede atropellar al débil, que ha perdido hasta el tradicional recurso de clamar a los cielos, como los independentistas americanos en 1776. Sin freno moral ni temor al juicio eterno, sin límites de derecho natural ni de sentido común, los desarrolladores de IA podrían llegar a un control nunca visto del hombre y a una desigualdad poco menos que como entre especies, porque el humanismo sin Dios resulta ser cada vez menos antropocéntrico. Todo te estará permitido a ti, hombre de la calle, pero en el ámbito de tus pobres y pequeñas pasiones. En cambio, los poderosos podrán desplegar todos sus proyectos, incluso perversos, incluso de dominio absoluto sobre ti, sobre mi.

El problema es que en la España postcristiana, al ser el ethos otro, al ser el aire que respiramos otro, todos en cierto modo nos volvemos postcristianos salvo con una incesante vigilancia. El nuevo ethos condiciona hasta el lenguaje: los cristianos mayores hemos de hablar de forma que nos entiendan y los jóvenes ya no han conocido otro lenguaje. (El lenguaje siempre es causa, efecto y terreno de juego). Antes, todos eran tendencialmente cristianos, al menos culturalmente; ahora todos tendencialmente postcristianos. El postcristianismo español da (si puede) la vuelta como un guante al catolicismo antropológico y cultural del tipo del del polémico Pasolini y de los ateo-católicos italianos, así como también a la Europa Cristiana (Weiler, 2003).

Fin del combate, o eso parece.

Pero al parecer en aquella misma pared compostelana se está preparando otra pintada: “Dios existe; Marx, Nietzsche y Foucault han muerto, y yo, mal que bien, aún voy tirando”.

 

 

 

Antonio-Carlos Pereira Menaut es profesor de Derecho y autor de La Sociedad del Delirio