Opinión
18/11/2025
El drama silencioso del suicidio infantil
Pedro María Reyes
Da para pensar un titular que se acaba de difundir en los medios argentinos: en la ciudad autónoma de Buenos Aires es necesario hospitalizar a un niño cada día por riesgo de suicidio. La lectura de la noticia no tranquiliza mucho: son casi 600 menores al año los que necesitan asistencia psiquiátrica con internación. Es una tasa altísima para una población ligeramente superior a los tres millones de personas. No he accedido al informe, por lo que no sé si se cuentan los que consuman el suicidio (que por lo tanto no son internados) o los que son asistidos sin internación, pero sería terrible si hay que añadir esas cifras.
Casualmente hoy recibí la pregunta de un sacerdote amigo (que no vive en Argentina) sobre el modo de aconsejar a una mamá que ha descubierto en un escrito de su hija de 10 años que tiene pensamientos suicidas. Sus padres están divorciados.
Desgraciadamente tengo la experiencia de celebrar funerales por chicos que se suicidaron. Y lo considero una de las experiencias más difíciles que puede tener un sacerdote. ¿Cómo confortar a esos padres, que inevitablemente se echan la culpa de lo sucedido? La muerte de un joven que se va en la flor de la vida deja una herida en sus padres que no se les va nunca, pero si fue el chico el que toma esa trágica decisión, los padres son inconsolables.
Pienso que no es solo un asunto familiar, sino que es un problema que interpela a la sociedad entera. Digámoslo con claridad, en mi opinión los datos que ofrece esa nota periodística demuestra que como sociedad estamos fallando. ¿Por qué hay 600 chicos en Buenos Aires todos los años, que deberían pensar en ir al Burger, o en jugar una partida en la videoconsola, o en los próximos exámenes y cómo van a integrarse en la sociedad de los mayores, o en el próximo partido de fútbol con sus amigos, y en vez de eso piensan seriamente en quitarse la vida? ¿En qué estamos fallando?
Es un asunto muy serio y no se debe tratar con frivolidad, y hacen falta análisis profundos sobre las causas y la prevención. Sería bueno saber si la problemática ha aumentado en los últimos años, conocer el ambiente familiar de los niños que necesitan asistencia y hacer más estudios, pero ‑siempre al nivel de simples impresiones‑ me parece que una de las causas es la fragilidad de la institución familiar. Seguro que no es la única causa, y sería una simplificación centrarse solo en esa circunstancia, pero si queremos solucionar el drama del suicidio infantil, deberíamos apoyar la familia. Pienso que varias décadas de atacar la institución familiar incluso a través de explícitas políticas públicas, dejan una huella trágica.
Y en eso nosotros, los cristianos, tenemos el mejor remedio, que es la propuesta de la familia fundada en el amor de Cristo. Como dijo León XIV, “el mundo de hoy necesita la alianza conyugal para conocer y acoger el amor de Dios, y para superar, con su fuerza que une y reconcilia, las fuerzas que destruyen las relaciones y las sociedades” (Homilía, 1-VI-2025).
Pienso, por ello, que los cristianos, que somos para el mundo lo que el alma es para el cuerpo (cfr. Anónimo, Carta a Diogneto, s. II), debemos involucrarnos en todos los problemas de la sociedad, y ‑entre otros remedios‑ el ejemplo de la familia que ofrecemos es la mejor medicina para una sociedad desgarrada.
Pedro María Reyes