19/11/2025 | por Grupo Areópago
Vivimos tiempos revueltos. Siempre ha habido guerras y conflictos, pero, últimamente, parece que la cercanía e intensidad de estos sucesos nos han hecho más conscientes y sensibles a estos problemas. La virulencia y crueldad de estos conflictos nos impulsan a tomar postura y emitir juicios sobre los culpables de la guerra y la destrucción asociada, incluyendo bienes, infraestructuras y, por supuesto, las vidas perdidas o gravemente afectadas entre el personal militar y civil, incluyendo niños y personas indefensas.
Un primer movimiento es culpar a las naciones implicadas. Si ha habido agresión unilateral, parece natural condenar al país agresor y ponerse de parte del agredido, aunque, si el conflicto se prolonga, es inevitable que el agredido se vaya convirtiendo en agresor. Entonces habrá que recurrir a juicios más elaborados, valorando proporcionalidades y comportamientos para los que, normalmente, carecemos de la información fidedigna con la que contrastar nuestros juicios.
Ante la imposibilidad de juzgar con lucidez tendemos a simplificar el problema, resumir la cuestión a las categorías de buenos y malos, e identificar a las personas implicadas con las decisiones del gobierno de sus naciones correspondientes.
Esto nos lleva a otra encrucijada inquietante. Concretándolo a dos importantes conflictos actuales que implican a Europa: ¿todos los rusos comparten las decisiones del gobierno ruso? ¿Todos los ucranianos asumen como propias las decisiones del gobierno ucraniano? ¿Son solidarios todos los palestinos con las decisiones y acciones de Hamás? ¿Son responsables todos los israelíes de las decisiones del gobierno de su país?
Muchas de las acciones (rechazos, embargos, expulsiones, sanciones…) que la comunidad internacional impone como armas pacíficas para detener una guerra impactan directamente sobre los ciudadanos que poco han podido influir en las decisiones violentas de sus gobiernos. ¿Es eso justo?
Pensemos en nosotros mismos, más allá de la guerra, en los países en paz, ¿es justo que nos culpabilicen por decisiones discutibles de nuestros gobernantes?
Por un lado, sí, por el simple hecho de ser parte de una comunidad nacional somos solidarios con las decisiones de nuestros gobernantes, para lo bueno y para lo malo, nos guste o no. Tenemos que orgullecernos por sus aciertos y avergonzarnos con sus errores. Por eso es importante elegir bien siempre que podamos influir en su designación.
Por otro lado, tampoco podemos olvidar que el valor de las personas es el de su dignidad, por encima de su raza, pensamiento o nacionalidad.
Y por ambos motivos, no podemos dejar que los errores de unos dirigentes violentos generen en nosotros odio hacia sus primeras víctimas, sus propios ciudadanos.
GRUPO AREÓPAGO