Tribunas

La moda cultural del cristianismo antiguo… en España

 

 

José Francisco Serrano Oceja


El Papa en el monasterio de Annaya
en su segundo día de visita al Líbano
(@Vatican Media).
(ANSA).

 

 

 

 

Ahora que la prestigiosa “Revista de libros” se lanza de nuevo a los quioscos, que alguno queda denominado punto de venta, me ha llamado la atención que en la edición digital de esa prestigiosa revista cultural, durante no pocos días, haya estado en portada la reseña del libro del ínclito Antonio Piñero “Gnosticismo”.

Como estamos celebrando el 1700 aniversario del Concilio de Nicea, y el Papa acaba de regresar de Turquía y el Líbano, ya saben, la nostalgia de los cedros, quizá haya que reflexionar sobre la proliferación de publicaciones sobre el cristianismo antiguo, el período que llega más o menos a finales del siglo IV o inicios del V estirando mucho.

De la nueva edición del Agustín de Hipona, de Peter Brown, que se acaba de publicar ya hablaremos.  

Un fenómeno que quizá tenga ver también con la vuelta a lo religioso, incluso a lo católico, como tendencia.

No es éste, por cierto, el último libro de Piñero. Hay otro escrito con su discípulo dilecto del que de momento no me quiero acordar, y que he tenido que leer estos días.

Para añadir libros de éxito editorial sobre este período de la presencia del cristianismo en la historia, a modo de cata demoscópica, no quisiera olvidarme del que no hace mucho publicó Sígueme, “El cristianismo en la encrucijada del siglo II”, de Michael J. Kruger, que, según me cuentan, está siendo algo más que un éxito editorial.

Por no añadir los recientes de esa editorial de los Operarios Diocesanos sobre Nicea del teólogo chileno Samuel Fernández, a quien sigo la pista desde que publicara “El descubrimiento de Jesús. Los primeros debates cristológicos y su relevancia para nosotros”.

Vuelvo a la reseña de la “Revista de Libros”, porque lo que ahí afirma el reseñador me parece significativo de este proceso necesario de vuelta al cristianismo antiguo, primero, y de sus derivadas también culturales. Una vuelta que diría, para la conciencia creyente, es una exigencia del Concilio Vaticano II pero que hay que también saber hacer.

La mirada a los orígenes de la pretensión cristiana además ahora está potenciada por el abundante desarrollo de las investigaciones en el orden tanto de los textos culturales, documentos, restos arqueológicos, entre otros, como del entorno también histórico-cultural, el judaísmo y las culturas antiguas.

Afirma Antonio Jiménez Blanco-Carrillo de Albornoz, autor del citado texto en la “Revista de Libros” y que es catedrático de Derecho Administrativo, a modo de reflexiones finales, que “lo primero de todo: celebrar que el estudio de estas materias se haya desconfesionalizado, es decir, que ya no sea monopolio de los curas. Estamos ante teodicea, en el sentido de Leibniz, que por cierto se dice pronto. La catequesis ―la propaganda, diríamos hoy― es algo muy respetable, pero su lugar está en las parroquias, y algo parecido cabría decir de manifestaciones de catolicismo tan populares y emocionantes como la Virgen de Guadalupe en México o la Macarena en Sevilla: su sitio en la vida no es el de los estudios intelectuales. El libro de Piñero es de un mérito sobrehumano, aunque ―lo mismo que Newton caminaba a hombros de gigantes y él lo explicaba como la clave de su éxito― debe entenderse como continuación de muchas obras anteriores. La teología protestante alemana del siglo XIX merece un reconocimiento propio”.

¿Qué significa que la historia del cristianismo haya dejado de ser monopolio de los curas? Significa que los curas, es decir, la teología, es decir los historiadores con fe, a la hora de hacer historia subordinan el conocimiento de los hechos a la creencia. Una tesis bastante vieja, suena a siglo XIX, y bastante superada cierto desde el punto de vista científico en el ámbito de la historia, de la filología, de la arqueología.   

Afirmación ésta que impregna si no explícitamente, sí implícitamente no pocos de los estudios de esta moda cultural.

Otra cuestión, que es una evidencia, es que hay una proliferación de estudios sobre el cristianismo antiguo fuera de los muros de las universidades y centros académicos pontificios y similares. Y que hay una eclosión en los ámbitos de la universidad civil, cuestión ésta que no tiene porqué implicar la tesis anteriormente criticada.

En España es particularmente sangrante esta carencia de especialistas en historia del cristianismo antiguo en los ámbitos eclesiásticos que tengan incidencia cultural. Alguno hay, peor con los dedos de una sola mano.

Por cierto que, en este campo, la Facultad de Teología de Cataluña va muy por delante incluso en la colaboración con las universidades del Estado.

Si hay un criterio normativo que guió el cristianismo desde sus inicios, y guía la investigación científica, es la pretensión de verdad. La pretensión de verdad de los estudiosos, tengan o no tengan fe, es la clave de esta historia que, ahora, está en pleno auge. Una pretensión de verdad que abre la mente a horizontes insospechados que se manifiestan en la historia.

 

 

José Francisco Serrano Oceja