Tribunas
08/12/2025
La Belleza de la Inmaculada
Ernesto Juliá
El 8 de diciembre de 1854, Pio IX publicó la Bula Dogmática, Ineffabilis Deus, en la que se declara Dogma de Fe, la Inmaculada Concepción de la Virgen María, con las palabras que recogemos aquí:
“Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.”
“Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra lo que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho” (n. 58).
Ahora que quieren arrancar de cuajo las multitudes de Cruces, y las imágenes de la Virgen que han orientado a navegantes y peregrinos en todos los caminos de Europa; y después de que en este país se haya prohibido rezar en la calle el Santo Rosario, parece que no pocos políticos quieren prohibir que aparezcan públicamente símbolos religiosos: imágenes, cuadros, etc.
¿Tienen miedo que la Belleza –y la escribo con mayúscula-, que tantos artistas cristianos creyentes han plasmado en sus obras, vuelvan a ayudarnos a elevar al Cielo nuestros ojos cuando las contemplamos?
Madre de Dios e Inmaculada. Santa María ha sido elegida por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para estar ahí, cooperar, colaborar, participar en la entraña de dos de los grandes Misterios en lo que se manifiesta el infinito Amor de Dios a los seres humanos: la encarnación del Hijo de Dios; y la Redención del pecado.
El pueblo cristiano llevaba ya muchos siglos celebrando este especialísimo privilegio de Nuestra Señora. El Concilio Vaticano II se hace eco de esta Tradición en el n. 58 de la Lumen Gentium,
Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como «llena de gracia» (cf. Lc 1, 28), a la vez que ella responde al mensajero celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
Murillo, Velázquez, Zurbarán, Martínez Montañés, y tantos otros pintores y escultores que han osado plasmar en tela, en madera el rostro, el gesto, la emoción de la Inmaculada, nunca llegarán a conocer la influencia de sus obras en el corazón y en la mente de las personas que los han contemplado.
En estos momentos culturales -aunque también podríamos calificarlos de “a-culturales”- y de abandono de la Fe y de la Moral –del mutismo de la conciencia del pecado- que se viven en Europa, la plasmación de la Belleza de María, de la Belleza de la obra de Dios en Ella, esa Belleza de la Redención operada en Ella desde el momento de su Concepción, es como una corriente de agua subterránea que alimenta y da de beber a las ilusiones y esperanzas de los hombres.
La belleza de cuadros y esculturas de la Inmaculada tiene sus raíces en la plenitud de Gracia con la que Dios adornó a María desde el primer instante de su existencia. Estaba llamada a ser la Madre del Hijos de Dios, y Ella aceptó libre y humildemente esa llamada: “Hágase en mi según tu palabra”. ¿Qué más lógico que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, haya querido preservar a su Madre, Hija y Esposa, de todo pecado, que Jesucristo, Dios y hombre verdadero, quiso engendrarse en Ella para redimir el pecado?
Pienso que ni siquiera entre intelectuales de arraigada fe católica, entre muchos hombres de fe que se esfuerzan verdaderamente en transmitir la Verdad, se le da el relieve necesario a la fuerza evangelizadora -o mejor, transformadora- de la sociedad, de esa Belleza que surge como un manantial inagotable, de la “verdad y la caridad”.
¿Quién osaría desentrañar la influencia cultural, espiritual en su más amplio sentido, de unas obras de arte que tratan de reflejar, en la medida que sea humanamente posible, el misterio de la Inmaculada Concepción de María?
Dante se extasía al contemplar la belleza de María en el Canto 33 del Paraíso.
“Virgen madre, hija de tu Hijo, / La más humilde y alta de las criaturas / Término fijo de la eterna Voluntad, / Tú eres quien la humana naturaleza / ennobleciste de modo que Su hacedor / no desdeñó hacerse criatura.
“En Ti la misericordia, en Ti la piedad / en Ti la magnificencia, se reúnen / con toda la bondad que se pueda encontrar en criatura”.
Yo tengo en mis ojos, y en mi espíritu, la Inmaculada de Murillo que corona la cúpula de la sacristía de la Catedral de Sevilla.
Benedicto XVI es bien consciente de que la Belleza aúna la Verdad y la Caridad que vivifican la cultura, pone en manos de la Virgen Inmaculada, los trabajos de los teólogos, hombres y mujeres, ¿por qué? “porque en su custodia de la Palabra en su corazón, es paradigma de la recta teología, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Sea Ella, la Estrella de la esperanza, la que guíe y proteja el precioso trabajo que desarrolláis para la Iglesia y por y en nombre de la Iglesia”.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com