La grieta

 

 

10/12/2025 | por Grupo Areópago


 

 

 

 

 

 

El mundo del arte trabaja con un ecosistema de símbolos que evocan experiencias, emociones e ideas, frustraciones y esperanzas. Desde la poesía a la arquitectura, el arte pone la forma al servicio de la sensibilidad humana y transmite, con menor o mayor éxito, un algo indefinible de humanidad.

Por ejemplo, si Alejandro Sanz nos hace saber que «tiene el corazón partío», no es para que llamemos urgentemente al cardiólogo, sino para despertar en nosotros todo lo que nos sugiere la apelación al sentir del corazón humano y superponerlo al trauma de la ruptura. La impresión producida es el objeto del arte.

Actualmente es noticia en España el proyecto de resignificación del Valle de los Caídos, transformándolo en el Valle de Cuelgamuros. Pero no solo cambia el nombre, la resignificación propone el cambio de la dialéctica artística.

El Valle de los Caídos, desde su versión original hasta ahora, trataba de expresar una visión nacional-católica de la reconciliación: Bajo el triunfo de la gran cruz (la victoria de la fe frente a la persecución religiosa), se congregan los caídos en la guerra (de ambos bandos) y se eleva una oración (desde el monasterio anexo) en favor de la reconstrucción de una España unida. Este mensaje debe entenderse desde los parámetros de la época y desde la idea de España que tenían sus gobernantes en aquel momento.

Actualmente, algunos de estos mensajes podrían ser cuestionados. El estado español ya no es confesional, la cruz no puede imponerse como nexo político de unidad nacional. No todos los españoles se sienten católicos, lo que lleva a pensar que el enterramiento no puede ser uniforme para todas las víctimas. La persecución religiosa fue una crueldad promovida por el bando que perdió la guerra, pero su cese no supuso el triunfo de la fe sobre todos, incluyendo a los indiferentes, sino la interrupción de un genocidio.

Uno puede estar más o menos de acuerdo con el mensaje transmitido, su autenticidad y su coherencia, pero desde el punto de vista artístico debería ser respetado y preservado como testimonio de un momento histórico, igual que conservamos las pirámides de Egipto o el Coliseo romano.

Sin embargo, las autoridades actuales han rechazado la conservación y han optado por la resignificación: modificar el lenguaje simbólico para cambiar el mensaje artístico destruyendo el sentido anterior. Y han decidido hacerlo con tres intervenciones significativas: insertar un museo de la memoria en los primeros módulos de entrada a la basílica, convertir la escalinata en una rampa y abrir una visible grieta a lo largo del monumento.

Todo apunta a que el museo tendrá un claro mensaje político de discutible rigor histórico: «la guerra la ganaron los malos». Y será de visita obligada para entrar en la basílica. Esto no parece muy reconciliador.

Pero, respecto a los elementos artísticos, ¿qué significa eliminar la escalinata? Quizá la rotura de las barreras sociales, de los escalafones, las clases, las castas… ¿Y abrir la grieta? ¿Qué simboliza una grieta?

Parece que la intención artística es significar una ruptura insalvable. No se trata de un puente, o un abrazo, o unas manos que se unen… se significa la ruptura, el distanciamiento y la desesperanza en unir lo que ha sido separado.

Parece que todos somos iguales verticalmente, la escalinata ha desaparecido, ya no hay ricos ni pobres, cultos ni ignorantes, reyes ni súbditos… sin embargo nos diferencia una ruptura horizontal, la grieta que nos separa: ya no hay ricos y pobres (arriba y abajo), ahora solo hay buenos y malos (izquierda y derecha).

¿Y por qué no quitan la cruz? ¿Quizá porque quieren mostrarla como la causa de la grieta?

No parece el mejor camino.

Para edificar el futuro, construyamos puentes, no grietas.

 

 

GRUPO AREÓPAGO