Colaboraciones

 

Hay que dar a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César

 

 

 

26 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

Cristo tuvo una inteligencia deslumbrante. Los fariseos que no eran tontos, y querían desprestigiar a Cristo ante el pueblo, pensaron cogerle en una trampa y meterle en un callejón sin salida.

Con esta frase, que se ha hecho proverbial, Jesús responde tanto a los fariseos, que se oponían a la dominación romana, como a los herodianos o partidarios del rey Herodes.

Jesús en su respuesta («Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios») se refiere a la diferencia entre el poder terrenal del Estado y la autoridad de Dios, no en términos de dos planos necesariamente opuestos, pero sí en cuanto que no deben confundirse como ocurre en los fundamentalismos políticos y religiosos, cuando no se respetan las competencias correspondientes.

Esto no quiere decir que la religión no tenga nada que ver con la política. Sí tiene que ver, y mucho, por cuanto reconocer a Dios como el único Señor implica llevar a la práctica la justicia que la misma fe exige, y la política en su sentido positivo es precisamente el ámbito público en el que se busca el bien común de todos los integrantes de una sociedad o nación.

Coherencia entre creer en el único Dios y practicar la justicia que esta fe implica, desde el reconocimiento de todos los seres humanos como hijos e hijas del mismo Creador, todos con su dignidad y sus derechos.

Cristo mismo hizo una clara distinción entre el poder civil y el religioso al decir que hay que dar a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. Dicho en otras palabras, Dios no quiso revelarnos ni imponernos una determinada forma de gobierno civil, sino que dejó esa cuestión en manos de nuestra propia libertad e iniciativa humanas. Y de hecho los hombres hemos usado nuestra libertad e iniciativa para gobernarnos de muy diversas formas a lo largo de la historia.

«Dad a Dios lo que es de Dios». O como dice san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: «Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres» (5, 29). En oposición a Dios no estamos obligados a ninguna obediencia.

«Dar a Dios lo que es de Dios», significa afirmar siempre nuestra fe; dar ejemplo de coherencia a los que no creen en Jesús. Es vivir de cara a Dios, dándole lo que le corresponde. Pero, cuidado, Jesús dijo también: «Dad al César lo que es del César», así que no podemos olvidarnos de nuestras ocupaciones y deberes. El César en sí no es malo, pero cuando usurpa el papel de Dios se convierte en un tirano nocivo y déspota.

Cuando un Estado o sus autoridades exigen injusticias, entonces la resistencia es la obligación cristiana, y la obediencia sería pecado. En este sentido hay una rebeldía santa. En las persecuciones, miles y miles de cristianos se hicieron mártires, porque no quisieron dar al César lo que es de Dios.

La Iglesia no intenta sustituir al Estado. No obstante, «pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia», escribe Benedicto XVI. De hecho, observa, promover la justicia y el bien común «le interesa sobremanera».

No significa que debamos dejar a Dios a un lado, añade la carta encíclica Deus Caritas est. La caridad siempre es preocupación por la entera persona, incluyendo su fe. Además, «con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios». Así, aunque nunca debamos imponer nuestra fe a los demás, también debemos saber cuándo es tiempo de hablar de Dios.

Benedicto XVI aseguraba a Pier Ferdinando Casini que la Iglesia «no pretende reivindicar para sí ningún privilegio, sino sólo tener la posibilidad de cumplir su misión, dentro del respeto de la legítima laicidad del Estado».

Y así dar al César, y a Dios, lo que se les deba.

Jesús lo que pide es que solamente a Dios se le dé el verdadero culto y el verdadero respeto. No pretende que sus discípulos se desentiendan de sus obligaciones como ciudadanos o miren con apatía las preocupaciones civiles. Un cristiano tiene la obligación de mirar por el bienestar de toda la comunidad. Sus rezos, sus oraciones, su espiritualidad, de ningún modo lo exentan de esta responsabilidad, todo lo contrario, lo hacen más consciente y debe responder con mayor exigencia.

La imagen del César no solamente en la moneda, sino en la vida pública y privada, busca substituir a Dios. Se quiere hacer como Dios.

Cristo es la persona más digna de ser amada de toda la Humanidad. ¿Por qué? Porque Cristo no sólo es un hombre maravilloso, además es Dios. Pues este Cristo-Dios es en quien creemos y en quien esperamos. Démosle gracias porque nos ha dado fe en Él. Vivamos nuestra fe lo mejor que sepamos, y confiemos que en la hora de la muerte Él recibirá con los brazos abiertos, en la otra vida, a los que en esta creemos en Él, le servimos con buena voluntad y le amamos con fervor.