Colaboraciones
La cultura woke (I)
28 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
En palabras de Jon Ronson (2015): «El escarnio público ha renacido y recorre el mundo. La justicia ha sido democratizada. La minoría silenciosa empieza a manifestarse en voz alta, pero, ¿qué dice todo ello de nosotros? Destacamos los defectos de los demás de manera implacable, definimos los límites de la normalidad echando a perder las vidas de aquellos que no se ciñen a las reglas. Estamos usando el escarnio (y la vergüenza) como una suerte de control social».
La cultura woke, un nuevo movimiento social que ha crecido exponencialmente en los últimos años. Una «cultura de la cancelación» (no es sino una forma de disfrazar lo que siempre ha sido conocido como censura, es decir, una forma de omitir o variar un planteamiento que no se ajuste a lo socialmente aceptado) y una nueva forma de pensar de los jóvenes, testigos y protagonistas de este fenómeno.
La cultura woke es una ideología reciente que critica un sistema que, a su parecer, otorga una serie de privilegios a las personas por el mero hecho de ser blancas («privilegio blanco») y al mismo tiempo discrimina al resto de las minorías raciales. Para justificar este pensamiento, aluden a la historia de la humanidad, especialmente a la esclavitud estadounidense. Defienden la idea de que hemos de mantenernos despiertos (de ahí el término woke) para poder hacer frente a estas injusticias.
El término woke es de origen afro-americano. En 1940, se consideraba woke a una persona que era consciente de las injusticias en la sociedad y que actuaba en consecuencia.
La cultura woke se ha convertido en un paraguas que engloba no sólo la lucha contra el racismo, sino también otro tipo de movimientos sociales como #MeToo (lucha contra el sexismo) y #NoBanNoWall (lucha por los derechos de los inmigrantes).
El neomarxismo cultural es el sustrato teórico sobre el que se fundamenta la cultura woke. Se podría definir como: «El principio del seguimiento de las nociones y pensamientos de Karl Marx, apartándolo del aspecto económico para enfocarse en los aspectos psicológicos, sociológicos y culturales» (Rincón, 2021). Es decir, se reemplaza la lucha entre clases por la lucha entre minorías culturales. El objetivo de esta cultura es la transformación de la sociedad. Se persigue una visión catártica de la realidad en la que hayan sido erradicadas todas las desigualdades. Buscan el paso de una sociedad opresiva a una inclusiva en la que todos, independientemente de su sexo, raza, identidad sexual, tengan igualdad de derechos. Para alcanzarlo, consideran lícito censurar al sector privilegiado de la sociedad. Así surge una nueva cultura asociada a esta, la denominada «cultura de la cancelación».
Una característica principal de esta cultura es el simbolismo. De hecho, en palabras de David Brooks, periodista especializado en política, «a estos activistas se les da mejor producir eslóganes (“defund the police”) y gestos simbólicos (hincar la rodilla como protesta) que presentar medidas de mejora concretas» (Brooks, 2020). Tanto es así, que, para evitar confusiones, a menudo invalidan símbolos que no siguen los patrones de sus principios, por ejemplo, en EEUU se ha derribado por cuestiones antirracistas la estatua de Cristóbal Colón.
Resulta evidente que la cultura woke no se habría extendido con tanta rapidez si hubiera nacido en otro momento histórico. Hay ciertas características de la sociedad actual que han favorecido su crecimiento exponencial, y de entre ellas, destaca el poder de las redes sociales. Las redes sociales han provocado un cambio cultural que ha resultado ser el caldo de cultivo idóneo para la cultura woke.
Una de las razones por las que debe importarnos la cultura woke es su omnipresencia. Podemos encontrar manifestaciones de esta en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad, tanto en el mundo de la empresa y de la publicidad, como en el mundo de la cultura.
Esta nueva cultura propone la creación de un «léxico reformado no discriminatorio», ya que por definición el objetivo de la corrección política es rebautizar ciertas realidades cuyo nombre original se ha visto cargado de connotaciones discriminatorias (Hughes, 2009). En definitiva, «la tendencia es siempre a utilizar un vocabulario neutro, impersonal, “desinfectado”, carente de elementos expresivos y de las posibles connotaciones negativas que los términos tradicionales han ido adquiriendo con el uso» (Hughes, 2009). Si nos centramos en la evolución de este fenómeno nos encontramos cómo, paradójicamente, una corriente que se presentaba como defensora de la tolerancia se ha convertido por su propia radicalidad, en un movimiento intimidador, que anula toda opinión distinta a la suya (Hughes, 2009). Su manifestación más reciente es la «cultura de la cancelación», «una práctica popular que consiste en retirar el apoyo a personajes públicos y compañías tras haber hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo» (Lemoine, 2020), que se apoya en la corrección política sin tener en cuenta los contextos o las épocas, amparándose en un lenguaje ideológico. Se puede decir que la «cultura de la cancelación» se asienta sobre una flaqueza deontológica que, al nacer en un contexto de revolución tecnológica, se da con mayor fuerza en las redes sociales. De ahí que se tienda por ejemplo a omitir información, a crear falsas noticias, a boicotear cualquier comentario sospechoso en diferentes plataformas.