Colaboraciones

 

La cultura woke (II)

 

 

 

28 enero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

La cultura woke nació en los campus universitarios, en los que se advertía sobre contenidos que podían herir la sensibilidad de los estudiantes, y fueron los jóvenes los que popularizaron en las redes sociales el lema «Stay Woke» que ponía sobre alerta acerca de los casos de injusticia social.

La cultura woke insta al individuo a prevenir las injusticias, a estar atento (Stay Woke) para poder detectarlas en una sociedad que sistemáticamente discrimina a las minorías.

Resulta paradójico que esta generación, abanderada de la igualdad, se caracterice por su intolerancia, fruto de una «cultura de la cancelación» que anula cualquier opinión que se aparte de la corriente de pensamiento mayoritaria. La idea básica de la cultura woke —que no lucha por la igualdad, sino por la justicia social— no es necesariamente negativa. Lo que sí resulta preocupante es la facilidad con la que esta ideología se ha impuesto en nuestra sociedad, y cómo la censura se admite, es más, se exige, en nombre de la tolerancia y del respeto. Si aceptamos la «cultura de la cancelación», nos exponemos a ser manipulados por parte de quien controle la opinión pública, con sus respectivas intenciones.

Como afirma Alfonso López Quintás: «Actualmente, es imposible de hecho reducir el alcance de los medios de comunicación o someterlos a un control eficaz de calidad. No hay más defensa fiable que una debida preparación por parte de cada ciudadano» (López Quintás, 2017) Para ello, el filósofo propone dos actitudes: la primera, estar alerta, de ahí la necesidad de investigar a fondo este fenómeno y darlo a conocer de la manera más objetiva posible. En segundo lugar, resulta indispensable fomentar el pensamiento crítico, ya que «pensar con rigor es un arte que debemos cultivar. El que piensa con rigor es difícilmente manipulable. Un pueblo que no cultive el arte de pensar con la debida precisión está en manos de los manipuladores» (López Quintás, 2017).

Construir una opinión propia, mantener una actitud crítica, rescatar nuestra conciencia individual, es una responsabilidad personal, ya que «tan importante es saber pensar de forma crítica, como estar dispuesto a hacerlo» (Meseguer, 2016). No es tarea fácil, pero sí urgente. Y es que una sociedad no es sostenible si le faltan sus raíces, si el pasado está sujeto a revisión en función de lo políticamente correcto, si la dictadura de la opinión pública nos impide expresar la nuestra por el temor de ser considerados «discriminatorios». Es responsabilidad de cada uno construir el mundo en el que quiere vivir, y si pretendemos que las futuras generaciones crezcan en una sociedad libre, debemos actuar en consecuencia.

En la actualidad el concepto woke se ha expandido abarcando causas como el feminismo radical, la ideología de género, y la reinterpretación de valores tradicionales, en ocasiones en oposición a principios éticos y religiosos profundamente arraigados.

En su forma más extrema, la cultura woke tiende a polarizar y cancelar voces disidentes, promoviendo un relativismo moral y un subjetivismo ético que chocan con las verdades objetivas proclamadas por la fe católica.

En un contexto donde la cultura woke muchas veces promueve «una verdad subjetiva» —donde cada individuo define lo que es moralmente correcto basado en su experiencia personal o identidad— el catolicismo se alza como defensor de la verdad objetiva, basada en la ley natural y la revelación divina.