Colaboraciones
El desprecio hacia la vida humana
01 febrero, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
En una sociedad en donde no se reconoce ninguno de los principios morales fijos, en donde se enseña que todo es relativo y subjetivo y que nada debe considerarse sagrado ni merece un respeto absoluto, no es de extrañar que muchos terminen, de hecho, por no respetar nada en absoluto, por no respetar ni lo personal ni lo social, ni propiedad, ni ley, ni libertad, ni vida.
El derecho a la vida es el derecho fundamental más básico, ratificado en el artículo tercero de la Declaración de 1948 de la ONU. La vida es el fundamento mismo de todo acto libre y responsable. Nada puede justificar la eliminación de una vida, pues si no se respeta la vida, todo lo demás es arbitrario.
Los historiadores del mañana se sorprenderán, sin duda, del desprecio hacia la vida humana que se evidencia en nuestra época. Se lucha contra la vida en todos sus estadios. Se la rechaza con el aborto directa o deliberadamente provocado y con el suicidio. Se la elimina con la eutanasia activa mediante un tratamiento que procure una «muerte dulce», no dolorosa. No se repara además en que el hecho de hacer depender la vida humana del resultado de una votación política es algo de por sí moralmente inmundo e injusto.
La vida de los no nacidos, de los enfermos terminales, de los ancianos, de los disminuidos de todo tipo... se encuentra cada vez más desamparada no sólo por las leyes vigentes, sino también por las costumbres y estilos de vida más en boga en la sociedad actual. Parece que se trata de vidas humanas de inferior valor y menos dignas de protección jurídica y social que las de los sanos, fuertes y autosuficientes en lo físico, lo psíquico y lo económico-social.
La libertad individual no puede tener dominio sobre la vida del concebido-no-nacido, del deficiente o del llamado «terminal». En caso contrario, la libertad, en vez de reconocer el camino de la verdad de la persona, se transforma en una fuerza despótica y tiránica, siendo utilizada para matar. Romper el binomio libertad-verdad es afirmar que la libertad es una fuerza indeterminada que no reconoce más cauces de expresión que los que ella crea e inventa.
No puede ser de otro modo. Si no se acepta el carácter sagrado de la vida y no se la respeta en todas sus manifestaciones, entonces la sociedad —o la cultura dominante— se erige en juez supremo y dictamina qué tipo de vida merece la pena ser respetada.
«El progreso del hombre —en palabras de J.M. de Prada— se ha cimentado sobre el respeto a la vida, sobre su indeclinable protección, sobre su condición de bien jurídico máximo e intangible».