Colaboraciones

 

La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse

 

 

 

24 octubre, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

Ante el requerimiento de Pilatos: «¿Qué es la verdad?», Benedicto XVI recuerda que no ha sido el procurador romano «el único que ha dejado al margen esta cuestión como insoluble y, para sus propósitos, impracticable. También hoy se considera molesta, tanto en la contienda política como en la discusión sobre la formación del derecho».

Ciertamente, para el Derecho la pregunta por la verdad es fundamental.

Al representar un núcleo de valores esenciales, deben quedar al margen de esquemas políticos de uno y otro signo. Como ha dicho Spaemann, «la comunidad jurídica no es una especie de closed shop, cuyas condiciones de admisión y de exclusión quedan fijadas por la mayoría de los miembros». Por ejemplo, no hay derecho alguno de una mayoría, por muy grande que sea, a decidir sobre el derecho de una minoría a su existencia.

Las observaciones del Papa Benedicto XVI chocan frontalmente con la visión jurídica que, prescindiendo de la verdad, basa el derecho en el poder, en la fuerza de los votos. Esta línea de pensamiento (nos referimos al positivismo jurídico, fruto del relativismo ante la verdad objetiva) hoy intenta ocupar todos los intersticios legales, incluido el juicio histórico de Jesús ante Pilatos.

Tal vez haya sido el jurista austríaco Hans Kelsen el que lo ha planteado de forma más radical. Cuando desde su visión normativista se sitúa ante la pregunta del procurador romano frente a la verdad, no duda en tomar partido por la postura que, a la postre, adoptará Pilatos. Estas son sus palabras: «Y puesto que Pilatos, un relativista escéptico, no sabía qué era la verdad, la verdad absoluta en que este hombre creía, consecuentemente, procedió de modo democrático sometiendo la decisión del caso a votación popular» (H. Kelsen, ¿Qué es la Justicia?, Barcelona, 1992).

En muchos pensadores parece dominar hoy una concepción positivista del derecho. Según ellos, la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos, se convierte en la fuente última de la ley civil. En la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia, porque el relativismo garantizaría la tolerancia y el respeto recíproco de las personas. Pero, si fuera así, la mayoría que existe en un momento determinado se convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. Cuando están en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la equidad del ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre.