Colaboraciones
Progresismo: una religión, constante demagogia y activismo recalcitrante
25 octubre, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez

El progresismo es una religión, y si bien no comenzó como una, se constituyó en una con el paso del tiempo hasta lograr ese estado tan predecible de las ideologías izquierdistas. El totalitarismo y revanchismo, elementos tan típicos de algunas corrientes de pensamiento de consecuencias desastrosas, ya están instaurados como funcionamiento esencial de la ontología progre.
Cabe destacar que, además de religión, el progresismo se comporta como una empresa que monopoliza la justicia social mediante la constante demagogia y el activismo recalcitrante. Es quizás necesario seguir esta lógica para combatirlo: si la voluntad popular no quiere que el progresismo sea el único abanderado de las luchas sociales, que se ocupe del mismo oficio, que le haga competencia.
Las facultades de humanidades y ciencias sociales en la universidad pública son caldo de cultivo para el progresismo. Es necesario destruir esta religión en su propio terreno y con sus propios métodos: conferencias, charlas, monólogos, artículos y ensayos.
Aquellos que se hacen llamar «progresistas» tienen una fe ciega en el progreso. Pero no es un progreso verdadero, sino lo que ellos consideran progreso: la paulatina liberalización de la sociedad.
Su eje para interpretar la historia es materialista: si los avances tecnológicos y científicos nos hacen mucho bien, entonces todo lo demás está bien. Pero, además, consideran a la destrucción del espíritu como un «avance», bajo la falsa premisa de que la humanidad ostenta un progreso imparable y que las «luchas sociales» validan esta evolución de los acontecimientos.