Colaboraciones
¿Son los católicos realmente políticamente débiles?
04 noviembre, 2025 | Javier Úbeda Ibáñez
Si se consideran globalmente nuestros dos mil años de historia, la Iglesia católica ha perdurado y ha sobrevivido a la ruina, decadencia y desaparición de todos los reinos y regímenes políticos. No hay ninguna otra institución histórica que haya sobrevivido como ella durante estos dos milenios. ¿Cómo decir que es débil el único organismo que sobrevive a los que presumiblemente habrían sido más fuertes? Esta observación nos exige por lo pronto hilar más fino con el concepto de debilidad.
Durante esos dos mil años, los tres primeros siglos fueron de persecución universal y violenta, primero por parte del judaísmo oficial y luego por parte del Imperio Romano. Establecida la paz con el Imperio sobrevinieron épocas de desgarramiento interior de los cristianos debido a las grandes herejías. Siguió la era de las invasiones bárbaras. Sobrevino luego la devastación musulmana de las Iglesias de África del Norte y Asia Menor. El primer milenio terminó con el gran Cisma, una ruptura catastrófica de la unidad de la Iglesia. Más tarde, en Occidente, surgieron cátaros, valdenses, husitas, que fueron brotes anticatólicos medievales. A partir de la Reforma protestante se instaló una rabies anticatólica que no ha cesado de inflamar ciertos espíritus y cuya difusión coincide con el primer mundo, sajón, opulento, y política, económica, tecnológica y militarmente hegemónico.
Si uno abre los ojos a esa historia de dos mil años y en particular a la segunda mitad del pasado milenio, desde la Reforma protestante; parece que los hechos hacen inaceptable la tesis de que los católicos sean políticamente débiles.
Por otra parte, no nos dejemos engañar. Aunque Marx, Gramsci y otros críticos de la fe católica afirmen por un lado que el cristianismo y la Iglesia son cosas del pasado, reliquias, cadáveres: sin embargo, no pierden ocasión de referirse a él, e incluso lo declaran el peor enemigo. Toda su guerra es contra el pueblo católico.
Retomemos la idea de Pieper acerca del martirio como hecho político. Los mártires inocentes fueron masacrados por Herodes evidentemente por una razón y con una intención política. Aún hoy, cuando se organiza la masacre moral de la niñez, planificando empresarialmente, mediante la industria de la pornografía, la corrupción de los niños y de la juventud, estamos ante un análogo martirio por razones políticas.
Analizando la historia de las persecuciones puede observarse que ni los medios militares violentos (musulmanes y cruzadas, intentos de exterminio...), ni los medios jurídicos y políticos (los estados masónico y el soviético) lograron la destrucción definitiva del catolicismo. Este hecho lo reconoció Antonio Gramsci, que señaló también la prioridad de la cultura y planeó los métodos de persecución y abolición cultural del pueblo católico.
El Papa Juan Pablo II fue un hombre, todo de María, compenetrado con los métodos espirituales con que María nos enseña a enfrentar las jugadas histórica y políticas del Anticristo. Pues bien, la convicción que gobernaba la acción del Papa Juan Pablo y la enseñanza profética que trasmitía es que el motor que impulsa la historia no es la política ni la economía sino la cultura.
Juan Pablo II siguió defendió con energía ese tema principal de su pontificado: la cultura es el motor que impulsa la historia.
Esta era una lección que había aprendido de su padre y su temprana lectura de los clásicos del romanticismo polaco. Siete décadas de reflexión espiritual y de experiencia personal habían servido para profundizar y consolidar su teoría, que refutaba la tesis contemporánea de que los dos motores del cambio histórico son la política y la economía. El desmoronamiento del comunismo europeo de 1989-1991 había confirmado la proposición de que la cultura dirige la historia. A finales de la década de los noventa, Juan Pablo II centró su propuesta de la primacía de la cultura en los cambios históricos a la reevangelización de Europa Occidental, para fortalecer los cimientos de la libertad en las nuevas democracias de Europa Central y del Este, y para la liberación de Cuba.
El pontificado de Juan Pablo II fue riquísimo en hechos políticos notables, que merecerían un análisis pormenorizado, porque el Papa era un profeta que nos enseñaba cómo actuar en el terreno político. Juan Pablo II nos enseña que no debemos marginarnos de la política, al mismo tiempo que no debemos permitir que nos encierre y que debemos estar por encima de ella.